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Investigación y desarrollo en energía: el papel de la Unión Europea



Aunque muchos lo crean, las siglas «I+D» no corresponden a «y qué mas me da», sino a investigación y desarrollo. Sinónimo de innovación, la I+D tiene en el sector energético una importancia decisiva. El cambio climático y la competencia empresarial son las señas de identidad del entorno actual y condicionan la generación de tecnologías acordes con los nuevos retos.

Un material supercondutor que trabaja a – 196º C sirve de sustrato a una empresa alemana para desarrollar conductores eléctricos por los que circulan hasta 100 A/mm² de corriente, sin pérdidas energéticas ni campos magnéticos en su interior. En el transcurso de un proyecto internacional, el reactor de un instituto de protección y seguridad nuclear del sur de Francia es utilizado para obtener mecanismos de detección anticipada de accidentes. En Holanda, una entidad ha patentado un proceso que convierte los residuos domésticos en carbón, gas y petróleo de alta calidad en tan sólo 40 minutos, algo que la naturaleza tarda millones de años en conseguir.

Tecnologías como éstas son el resultado de proyectos realizados por empresas y centros de investigación. Proyectos dedicados a generar nuevos conocimientos, productos y procesos, buscando como destino la innovación y abarcando multitud de áreas. Desde las relacionadas directamente con el sector eléctrico, gasístico y petrolero, hasta las vinculadas al transporte o la industria. A pesar de la diversidad de líneas de investigación que podemos encontrar, no en todas se trabaja con la misma intensidad.

Según un estudio del Ministerio de Energía de EEUU, las inversiones públicas en I+D en los países más industrializados del mundo han evolucionado, durante los últimos 10 años, hacia las áreas que hoy en día se consideran más relevantes: emisiones nulas de CO2, eliminación del carbono en combustibles fósiles, energía solar fotovoltaica y eólica, celdas de combustible, eficiencia en la industria, ciclo del combustible nuclear, eliminación de residuos radiactivos, desmantelamiento de centrales, proyecto ITER (International Thermonuclear Experimental Reactor), almacenamiento, transporte y suministro de energía. La tendencia se ve respaldada, al menos en España, por un estudio de prospectiva tecnológica promovido por el OPTI (Observatorio de Prospectiva Tecnológica Industrial) que identificaba 6 megatendencias de futuro a corto y medio plazo y entre las cuales figuraban éstas.

¿Porqué investigar?

Las actividades de investigación científica, desarrollo e innovación tecnológica (I+D+I) constituyen un elemento primordial en el desarrollo de la sociedad. La investigación básica, la realizada en grandes centros y laboratorios, contribuye a generar conocimiento científico, base del crecimiento sostenido a largo plazo. La investigación aplicada, realizada principalmente en centros de desarrollo tecnológico y en empresas se destina, en cambio, a la creación de nuevos productos y procesos, buscando la innovación como último fin. 

El objetivo es, al fin y al cabo, desarrollar tecnologías que nos permitan plantar cara a la situación energética actual y solucionar los grandes problemas derivados de ella. El entorno energético del siglo XXI queda marcado, principalmente, por la lucha contra el cambio climático, y por extensión, la preocupación por el medio ambiente y el fomento de las energías renovables. Además, otros condicionantes toman relevancia como el crecimiento de la demanda de electricidad, en torno al 2,7% hasta el 2020, según la Agencia Internacional de la Energía; la liberalización de los mercados energéticos, que generan competencia y diversificación de negocio; el fenómeno de la globalización, que obliga a las empresas a intervenir en cualquier parte del mundo; el deseo de autosuficiencia energética frente a terceros países o el periodo de incertidumbre que vive actualmente la energía nuclear.

El apoyo público

En este escenario, tanto empresas como Administración deben jugar su papel. En el aspecto público, los programas de financiación son el reflejo de las prioridades políticas del momento, conjugando aspectos sociales, medioambientales, científicos y competitivos. En España, el apoyo gubernamental se canalizaba durante los años 80 y 90 a través del PIE (Plan de Investigación y Desarrollo Tecnológico Eléctrotécnico), de obligado cumplimiento por Decreto Ley para el sector eléctrico en conjunto y que se cerró con más de 1300 proyectos, así como de su equivalente en energías fósiles. Paralelamente, se inició el Plan Nacional de Investigación Científica, Desarrollo e Innovación que tomó el relevo y se erigió como el instrumento principal. Plan que contaba con 3.090 MEURO de presupuesto total en 2000.

En el ámbito transnacional, la Unión Europea (UE) realiza una labor fundamental. Aunque la investigación no es todavía objeto de integración entre los Estados Miembros, puede considerarse la tercera gran política comunitaria, detrás de la agrícola y la de cohesión. Su respaldo se canaliza mediante dos instrumentos. El primero es el Programa Marco (PM), que en el periodo 1998 – 2002 dispuso de casi 15.000 MEURO y contó con dos subprogramas energéticos. Uno enmarcado junto a las áreas de medio ambiente y desarrollo sostenible, y otro destinado al sector nuclear (EURATOM). El nuevo PM cubre el periodo 2002 – 2006 y pretende crear el llamado Espacio de Investigación Europeo.

El segundo pilar de apoyo recae en la Dirección General de Energía, a través programas plurianuales que abarcan desde eficiencia (SAVE, sucesor del conocido JOULE-THERMIE), renovables (ALTENER) y tecnologías limpias (CARNOT), hasta seguridad nuclear (SURE) y fomento de la producción y utilización del carbón (CECA -Comunidad Europea del Carbón y del Acero-), pasando por cooperación internacional (SYNERGY, ALURE).

Investigar en la empresa

A pesar de la inversión pública, las empresas tienen su propia estrategia de I+D. Unión Fenosa, por ejemplo, valora las actividades de I+D+I por su repercusión en la reducción de costes, el aumento de mercado, la diversificación y expansión de negocio y la mejora de la posición pública. En cuanto a proyectos concretos, Repsol-YPF empleó 96 MEURO en 2000 principalmente en recuperación terciaria de petróleo en pozos, reducción de costes operativos, disminución del impacto medioambiental, mejora de combustibles y lubricantes y optimización de la logística.

Acorde con la coyuntura del sector, las empresas tradicionalmente energéticas han dirigido parte de sus esfuerzos en I+D hacia la diversificación de su actividad, principalmente en telecomunicaciones y tecnologías de la información. Este es el caso de ENDESA, que ha apostado por la transmisión de voz y datos a través de la red eléctrica. Por otra parte, las pequeñas y medianas empresas generalmente tienen una escasa actividad investigadora debido a la falta de estructura empresarial adecuada, una pobre cultura innovadora y las elevadas inversiones necesarias. Su estrategia se orienta más a corto plazo y se dedica mayoritariamente a energías renovables y bienes de equipo industrial y doméstico, algo en lo que quizás es más fácil competir.

Ecotècnia e ISOFOTON son dos ejemplos de pymes españolas que han crecido apostando por la innovación, la primera en aerogeneradores eólicos y la segunda en células y módulos fotovoltaicos. Aunque pueda parecer ilógico, no siempre es necesario invertir en proyectos de I+D para disponer de tecnología. Es posible innovar sin investigar estando al día de los desarrollos de competidores y centros de investigación y adquiriendo los que sean de interés. La vigilancia tecnológica permite detectar tecnologías emergentes y ajenas con el fin de ahorrar esfuerzos, pues según la Comisión Europea, la industria europea pierde anualmente 20.000 M$ investigando en tecnologías ya patentadas. En este contexto, la transferencia de tecnología se convierte en una herramienta perfecta para beneficiarse de tecnologías innovadoras.

El futuro de la I+D

Según el Ministerio de Energía de EEUU, mientras que la inversión en I+D ha aumentado durante los últimos 20 años, el gasto relativo energético ha decrecido. Tan sólo en la UE el apoyo público ha disminuido un 13% desde 1984. La situación es preocupante cuando se evidencia que el ritmo actual de inversión no es suficiente para enfrentarse a las necesidades tecnológicas futuras. Afortunadamente, la tendencia se está invirtiendo. En diciembre de 1997, los países más industrializados acordaron en Kioto reducir las emisiones de gases de efecto invernadero a la atmósfera entre un 6 y 8% respecto a los niveles de 1990 para el periodo 2008 – 2012. El fenómeno del cambio climático supone un punto de inflexión en el planteamiento energético al impulsar un compromiso duradero de actuación y desarrollo de tecnologías más adecuadas para su mitigación. En un mundo donde el sistema energético continuará dominado por los combustibles fósiles durante los próximos 25 años, según estima la UE, la necesidad de dedicar los máximos recursos disponibles a la I+D se hace cada vez más presente.



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