Nueva York perdió su brillo una noche de agosto. Detroit, Cleveland, Toronto, Ottawa y otras capitales de América del Norte también. Casi 60 millones de personas resultaron afectadas el día 15 por el mayor apagón de la historia de EEUU y Canadá.
Un fallo en el sistema de suministro eléctrico dejó sin electricidad a la población, que llevó el sobresalto con mucha calma, a pesar del miedo a revivir un ataque terrorista como el 11-S. El restablecimiento de la electricidad tardó en producirse hasta 5 días en algunas ciudades y las pérdidas se han estimado en unos 1.000 millones de dólares. Una investigación se ha iniciado para esclarecer las causas del incidente, pero una serie de errores encadenados en distintos tramos de la red, así como entre los diferentes operadores, se perciben como candidatos probables.
Mejora del sistema
En EEUU ya han sonado voces de alarma que denuncian una red eléctrica obsoleta, la falta de inversiones privadas en el sector, una regulación compleja o la descordinación entre operadores como puntos débiles del sistema eléctrico americano. Lo más preocupante es el riesgo de que el accidente se vuelva a producir. Los expertos aseguran que mejorar el sistema eléctrico anticuado podría costar unos 50.000 millones de dólares. Algo que apunta hacia una futura subida del 10% de las tarifas eléctricas.
También en Europa
Paralelamente, 6 millones de londinenses se vieron en la misma situación el día 28 de agosto, donde un fallo en la red eléctrica produjo un corte de energía que paralizó el centro de la ciudad durante 1 hora, afectando al transporte público, viviendas, comercios y oficinas. La situación no fue tan pacífica como en EEUU, pues aunque se descartó rápidamente que el origen fuera un ataque terrorista, se provocó el caos entre la población sin graves incidentes. El suceso pone de manifiesto la necesidad de establecer un mercado eléctrico europeo y enfrentarse al reto de la interconexión entre las diferentes redes eléctricas nacionales.
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